La noticia me llegó con el peso de lo ya sabido, como un viejo amigo que llama para contar la misma historia de siempre. La Unidad 6 de la Central Termoeléctrica “Diez de Octubre”, allá en Nuevitas, Camagüey, ha decidido tomarse un descanso, saliendo del Sistema Electroenergético Nacional.
Uno se pregunta si la corriente eléctrica en esta tierra nuestra tiene alma. Si acaso, cansada de tanto esfuerzo y de tantas miradas escrutadoras, prefiere, de vez en cuando, apagar su brillo, dejando a oscuras las calles, los sueños y las esperanzas. Es como si la propia energía se volviera un poeta silencioso, que solo se expresa a través del vacío, del silencio interrumpido solo por el murmullo del ventarrón.
Y entonces, las redes, ese gran espejo donde el alma del pueblo se mira y a veces se lamenta, se pueblan de voces. Voces que ya no esperan fuegos artificiales, sino solo la sencilla promesa de un foco encendido al caer la tarde. Me hablan de “tarecos viejos”, de la falta de inversión que se siente como una bofetada a la dignidad de un pueblo que busca, con sus manos y su inteligencia, alumbrar su propio camino. Es la crítica que nace de la entraña, no de los titulares.
Otras voces, más desgarradas, pintan la realidad de “calvario”, de la lucha diaria por “malvivir” bajo el peso de las sombras. Y no les falta razón. Porque la luz, esa cosa tan elemental, se convierte en un tesoro esquivo, un lujo que se negocia con la paciencia y la resignación.
Y está el humor, ese escudo que el cubano levanta para no rendirse. El humor que ironiza sobre la danza incesante de unidades que entran y salen, como en un baile macabro donde el único ganador es el olvido. “¿Cuándo termina este chiste?”, se preguntan algunos, mientras otros, con una lucidez amarga, sugieren que quizás el problema no es la avería, sino la ausencia del combustible que alimenta la chispa.
Me cuentan historias de comunidades enteras que solo han visto la luz por un par de horas en todo un día. Quizás en esa oscuridad germina la semilla de la próxima generación, esa que hablará de resistencia, de la fuerza que surge cuando parece que todo se apaga.
Porque al final, más allá de los kilovatios y las redes, está el latido humano. La necesidad de creer que la luz volverá, no como un favor, sino como un derecho. Y mientras tanto, uno se sienta en la cubierta de este barco, mira el horizonte y se pregunta cómo contarles a los que vienen detrás que la esperanza, aunque a veces se apague, nunca deja de ser una estrella esperando su momento.